Soto presenta el ocaso como una tensa calma cuya marea es incierta. Lo único certero, es este cuerpo de valores públicos y sociales, políticos y económicos, culturales y religiosos que se aferran y se ciñen ante el oleaje del cambio. Los centinelas que los encumbran, etéreos, también los ven diluirse.
En una apropiación del título de la obra escrita en 1888, por el filósofo Friedrich Nietzsche “El crepúsculo de los ídolos” al igual que Nietzsche, esta obra busca hacer una analogía del ocaso de los grandes valores “eternos“ de Occidente, en una crítica mordaz a la discrepancia de la moralidad occidental y sus preceptos filosóficos.